Miami, El Nuevo Herald, JUNTA EDITORIAL, 13/02/17 –
Haití tiene un nuevo presidente, electo democráticamente, que debe enfrentar los enormes desafíos de la nación antillana.
Pero no hay mucho margen para el optimismo.
Por una parte, el pueblo haitiano no parece estar en ánimo de celebración. El presidente Jovenel Moïse, que tomó posesión de su cargo el 7 de febrero, fue elegido con el apoyo de menos del 10 por ciento de los 6.1 millones de votantes inscritos en Haití, uno de los niveles más bajos de participación electoral en ese país.Y la victoria de Moïse fue confirmada 15 meses después de la votación. El retraso se debió a denuncias de fraude.
Peor aún: Moïse ocupa el cargo bajo la sombra de una pesquisa por lavado de dinero. Y hay más: Moïse fue respaldado –en realidad seleccionado– por el ex presidente Michel Martelly, que salió electo con mucho optimismo y esperanzas en el 2011, pero que terminó su mandato prácticamente convertido en un autócrata. Queda por ver si Moïse será un líder independiente o un títere.
Haití necesita desesperadamente a un líder independiente para superar las plagas que mantienen a su población en la pobreza y que le impiden afrontar los desastres naturales y los políticos.
Moïse hizo campaña como un empresario ajeno al mundo de la política (¿les recuerda algo?). Era un cultivador de bananas y un vendedor de piezas de automóviles antes de llegar a la presidencia.
Ahora tiene la tarea casi imposible de lograr la estabilidad política, cierta prosperidad económica y escuelas y centros de atención médica confiables. Estos son los elementos básicos de una calidad de vida decente que los haitianos no han alcanzado, independientemente de quien esté al frente del gobierno.
Limpiar la ciénaga de corrupción política en Haití dependerá de las decisiones que Moïse tome. Ya algunas de esas decisiones son preocupantes.
Hasta enero, Guy Philippe, un ex líder golpista y senador electo, vivía cómodamente en Haití, eludiendo a las autoridades norteamericanas, que lo buscaban por narcotráfico. El año pasado, Moïse hizo campaña abiertamente con Philippe, en una relación inquietante que el candidato no vaciló en exhibir.
Las autoridades haitianas arrestaron a Philippe en Petionville el mes pasado. Lo trajeron a Miami, donde se declaró inocente de los cargos de narcotráfico y lavado de dinero en el tribunal federal.
Esa no es la manera de secar el pantano de Haití.
El nuevo presidente debe garantizar que sus promesas de “ley y orden” llevarán seguridad a los haitianos, en vez de crear una fuerza policial politizada que reprima protestas y amenace a los opositores políticos. Eso es imperativo porque las fuerzas de paz de la ONU no tardarán en marcharse. En la década de 1990, cuando las fuerzas de paz se retiraron de Haití, la policía se descontroló.
Moïse debe demostrar que la justicia será imparcial, que su gobierno combatirá la corrupción política que ha impedido el progreso de la mayoría. Debe proponer leyes que faciliten el desarrollo de los negocios y la inversión.
Los haitianos no tienen grandes expectativas, y con razón. La democracia no les ha funcionado bien. Pero la alternativa es peor. El nuevo presidente debe garantizarles que tienen todas las razones para sentirse optimistas, y demostrarlo.